Nadie sabría explicar del todo por qué la Copa R4C mantiene esa relación casi íntima con las nubes… pero en Navarra volvió a ocurrir.

Llegábamos a una tierra pura y rotunda, una tierra que en noviembre se viste con los colores más intensos del otoño. Ocres que abrazan el horizonte, rojizos que se encienden entre los viñedos, verdes húmedos que parecen exhalar vida.

Navarra, con su paisaje indómito y bello, nos recibía con la dignidad de un funcionario que aparece a desayunar. Todo muy propio.

Y sin embargo el frío, el viento, la humedad, la lluvia inevitable pendían sobre nosotros como un presagio casi confirmado.

Los pronósticos eran unánimes: lluvia para todo el fin de semana. Pero algo, una vez más, decidió abrirnos un camino.

El viernes amaneció seco, como si el otoño quisiera regalarnos una tregua. Fue un día perfecto para que todos los pilotos entrenaran en igualdad, afinando manos y corazón en un asfalto que se dejaba domar por primera vez. Una oportunidad limpia para preparar con precisión las dos tandas clasificatorias del sábado.

Y el sábado, aunque la lluvia llegó, lo hizo después de que la sesión hubiera terminado. El viento soplaba y las hojas caían, sí, pero el cronómetro hablaba de otra cosa. Tiempos apretados, décimas que se rozaban, una parrilla que prometía batallas intensas bajo el cielo cambiante de Los Arcos.

La pole fue para el de siempre, Mario Ruiz, tan noble como egoísta pues continúa con su racha intachable. Gonzalo Guadaño por su parte confirmaba con sus tiempos su candidatura al marcar el segundo mejor crono y Rafa Palacios cerraba la primera fila delante de su gente.

El domingo nos propuso un nuevo desafío. Las nubes que dejaron lluvia se perdían en el horizonte confirmando esa incertidumbre tan propia del norte. Una pista húmeda, con algunos charcos pero en proceso de secado… ¿y ahora qué? ¿montar neumáticos de lluvia, los famosos peludos, o apostar por los de seco? Podía palparse la duda acechando a cada alma del paddock. Los mecánicos estudiaban la pista mientras que los pilotos ponían la mirada en el cielo.

Solo dos valientes eligieron agua. El resto confió en el seco.

Es en momentos así, al enfrentarnos a esa elección tan técnica a la par que emocional y decisiva, cuando sentimos el pulso de la pasión por el motociclismo rozándonos la piel.

Y sin embargo el clima Navarro, con su belleza otoñal y su carácter imprevisible, quiso hacer un hueco al sol para nosotros.

Como si el cielo, por un instante, hubiese decidido iluminarnos.

Llegó la hora de la carrera. La salida fue un latigazo de sorpresa. Mario Ruiz, sólido y confiado, vio cómo el wildcard Mexicano Ernesto Fernández le arrebataba el liderato en las primeras curvas. Fue apenas un tramo, un instante eléctrico… pero suficiente para demostrar que Ernesto venía a poner las cosas difíciles.

Aun así, la ley del campeonato terminó imponiéndose. Mario recuperó la primera posición y, desde ese momento, controló la carrera con la autoridad serena del campeón matemático que ya es. Ritmo, precisión, cabeza. El público fue testigo de una actuación de piloto grande, de los que saben cuándo apretar y cuándo dominar sin gestos. Ya nos tiene acostumbrados.

En segunda posición Ernesto Fernández confirmando su gran nivel y, detrás, Gonzalo Guadaño firmó una carrera impecable para asegurar un tercer puesto tan sólido como merecido. Fue una actuación madura, de piloto que ya entiende la Copa, su ritmo y su carácter.

A las puertas del podio, como un lobo joven que cada vez muerde más cerca, apareció Iván González. Su progresión a lo largo de la temporada ha sido evidente, y en Navarra lo confirmó en cada sesión. Sostenido, agresivo, creciendo. El podio se escapó por segundos pero se sintió más cerca que nunca.

Izan Domínguez, mientras tanto, vivía un fin de semana de pura pasión y adrenalina: doblando categoría, acumulando kilómetros sin descanso, corriendo más que nadie. Y aun así, cada vez que se subió a la ZX-4RR, lo hizo con la chispa intacta, con ese talento que convierte el cansancio en impulso.

Y en la zona media, allí donde no llegan tantos focos, es donde se libraron algunas de las batallas más emocionantes del día.

Lars de Jorge, cuyo regreso tras lesión había generado más expectación entre la prensa especializada que el debut de Toprak con Yamaha, decidió volver a pista con un gesto que nadie vio venir: montar neumáticos de lluvia. No porque hiciera falta sino para regalarle al paddock una sorpresa estratégica “marca de la casa”. Y la jugada, tan desconcertante como valiente, lo llevó directo a un duelo magnífico con el invitado francés, Jules Lucas. Vuelta tras vuelta, un intercambio de adelantamientos limpio, tenso y lleno de oficio, de esos que recuerdan que, a veces, la frontera entre la audacia y la genialidad es una línea ridículamente fina.

Esa batalla acabó atrayendo a Ignacio Lamarca y Javier Velasco, que venían con ritmo ascendente y consiguieron alcanzarlos en un final vibrante. Los cuatro dieron forma a uno de los grupos más espectaculares de la jornada con un final realmente apretado.

Pero en mitad de esa intensidad, surgió la historia más dura del día:
Rafa Palacios, que había clasificado tercero, también montó neumático de agua. Sin embargo,

su goma se destruyó desde la primera vuelta. Lo que vino después no fue una carrera sino una demostración de carácter. Rafa resistió, apretó los dientes y decidió acabar pese a que la moto ya no respondía.

Todo esto, además, delante de su gente pues Rafa corría en casa. Es vecino de Alfaro y su afición vino a acompañarle con una fuerza contagiosa. Lo arroparon en cada vuelta, pero también animaron a todos los pilotos de la parrilla llenando el circuito de un ambiente cálido, cercano, muy familiar. Un ambientazo de esos que convierten una carrera en una fiesta.

Fue un domingo especial.
Una carrera inteligente, tensa y humana.
Una meteorología profundamente teatral.
Y un paddock que, como siempre, convirtió el fin de semana en un lugar donde competir es

solo una parte del relato.